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No somos perfectos

PADRES E HIJOS

No somos perfectos

No somos perfectos

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Si bien, los padres de familia (mamá y papá) somos las personas más cercanas a los hijos y ellos son quienes mejor nos conocen, a través de la relación cotidiana, de la interacción que sostenemos en el ambiente del hogar, aprenden a conocer nuestras fortalezas, todo lo positivo que tratamos de inculcarles todos los días; sin embargo, por ese mismo contacto permanente, nuestros vástagos también han percibido que tenemos puntos débiles, esos rasgos de los que no precisamente nos sentimos muy orgullosos pero que, finalmente, forman parte de nuestra personalidad, de seres humanos con virtudes y defectos que también tienen derecho a ser imperfectos, a equivocarse.

Y es que, de manera inexplicable, muchos progenitores luchan con todo y contra todos por demostrar que su imagen es de una persona infalible, que no comete errores, por lo que no hay nada que reprocharle, situación que es difícil de sostener pues tarde o temprano esa fachada se puede venir abajo ante una realidad que no se puede ocultar cuando se pretende esconder algunos defectos, ya sea en el carácter o de otro tipo, ya que nada dura para siempre, así que lo más conveniente es mostrarse tal como se es ante los ojos de los demás.

De verdad que resultaría muy complicado todos los días tratar de mantener sobre los hombros esa pesada carga de una imagen no del todo genuina, pues tarde o temprano se pueden descubrir esos aspectos que se busca "maquillar" por temor a que los hijos se percaten de que sus padres (ambos, mamá y papá) son personas de carne y hueso que también cometen errores en los diferentes ámbitos de la existencia, con lo que la desilusión podría ser muy grande si los pequeños constatan que la realidad se estaba distorsionando y que sus ídolos sólo estaban aparentando ser algo o alguien que no son en los hechos.

Los padres debemos considerar que, si bien buscamos ser el mejor ejemplo para los hijos en todos los aspectos, para que ellos también imiten ese modelo, lo cierto es que no debemos fingir ni aparentar ser algo que en realidad no somos sólo por el hecho de que deseamos que nuestros vástagos sean mejores que nosotros. En todo caso, lo que deberíamos hacer es tratar de superar lo que somos pero sin perder nuestra esencia, ya que no podemos cambiar todo lo que hemos sido en la vida sólo porque queremos que los hijos sean distintos a nosotros y mejores en varios sentidos, en esos rasgos de nuestra personalidad que no nos gustan.

Desde luego que no se trata de transformarnos en nuevas personas, sino en una mejor versión a partir de la paternidad, pero sin perder nuestra espontaneidad, pues finalmente el objetivo que perseguimos es válido y loable, aunque habría que recalcar que, con el afán de mejorar nuestro catálogo de cualidades y disminuir la lista de defectos, no debemos incurrir en el error de cambiar lo que hemos sido durante décadas y por lo que nos unimos a nuestra pareja.

Lo más conveniente sería que ambos cónyuges se pusieran de acuerdo en si vale la pena tratar de modificar algunos aspectos relacionados, por ejemplo, con varios hábitos negativos que no son precisamente un modelo a seguir, como el hecho de dejar regada la ropa por las habitaciones y no apoyar en los quehaceres domésticos (lavar trastes y ropa, barrer, trapear, entre otras tareas a las que muchos les rehúyen), algo que sí es posible si la pareja así lo determina, sin que ello implique una obligación, sino un compromiso para que al final se convierta en una virtud de los dos consortes y así se les fomente a los hijos.

Quizás al principio podría parecer una tarea titánica para quien desee cambiar y desterrar esos hábitos perniciosos que no abonan a la convivencia armónica de la familia; sin embargo, con base en la constancia, la disciplina y con el ánimo positivo en el sentido de que esa transformación se emprenderá para mejorar la relación entre quienes todos los días buscan ser mejores, seguramente la meta no será tan difícil de cristalizar en los hechos si el deseo es real, por el bienestar de todos.

Por este motivo, no deberíamos temer que los hijos descubran que sus padres tienen defectos, pues finalmente así se conforma la personalidad de todo ser humano, con virtudes y defectos y que, en el mejor de los casos, se puede trabajar para que en una balanza pesen más los primeros que los segundos, de tal forma que haya equilibrio entre ambos elementos.

Para los hijos será normal apreciar que sus progenitores son seres humanos falibles, que se equivocan en algunos aspectos pero que procuran que esos rasgos negativos no afecten la armonía en la relación de la familia, de ahí que los padres debemos mostrarnos tal como somos, con ese catálogo de cualidades y defectos del que fuimos dotados pero que luchamos para que los segundos no impacten de manera negativa en nuestra diaria convivencia.

Escrito en: Padres e hijos hijos, nuestra, esos, padres

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