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PADRES E HIJOS

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IGNACIO ESPINOZA GODOY

Lo que en principio podría parecer que lleva un fin noble termina generando una rivalidad entre hermanos cuando se les compara por sus cualidades y defectos, que en realidad se trata de personalidades y virtudes muy diferentes, por lo que se recomienda a los padres evitar las odiosas comparaciones con el fin de estimular a uno de ellos a que se "supere" para que sea igual que el otro, lo cual nunca va a suceder, debido a que, si bien son de la misma sangre, son dos individuos distintos que hacen las cosas de una forma que en ocasiones puede contrastar.

Un ejemplo clásico de este conflicto se puede observar en muchos hogares donde siempre hay un hijo o alguna hija que destaca por su elevado aprovechamiento académico, lo cual utilizan en ocasiones varios padres de familia para echárselo en cara a otro de sus vástagos que no se caracteriza precisamente por ser muy brillante en ese aspecto, situación que, por supuesto, llega a molestar al agraviado a tal extremo que sus sentimientos pueden convertirse en odio hacia quien no tiene responsabilidad ni culpa de que lo comparen por ser sobresaliente en sus logros educativos.

No obstante, los progenitores parecen no darse cuenta de que, contrario al efecto que buscaban, lo único que consiguen con esa odiosa comparación es crear una rivalidad entre hermanos y que el "consentido" llegue a ser rechazado por quien no es destacado en sus calificaciones, un escenario nada positivo si lo que se pretende dentro del hogar es fomentar la armonía, la comunicación, el respeto por las diferencias, una de las cuales es precisamente la capacidad que los hijos tienen para desarrollar en determinadas áreas del conocimiento, un hecho que nada tiene que ver con la ausencia de talento en ciertas materias para la que uno de ellos tiene mayor facilidad en su aprendizaje.

De manera lamentable, a muchos padres no les cae el "veinte" en el sentido de que todos los hijos son completamente diferentes entre sí y que no tienen que parecerse a pesar de provenir de los mismos progenitores, de llevar la misma sangre y portar los mismos genes, pues finalmente, a pesar de que pueden tener algunas similitudes, siempre habrá aspectos de su personalidad que los distinguirán de los mismos miembros de la familia, de ahí que no debe haber cerrazón paterna ni materna (o de ambos) para desear y aferrarse a que sus vástagos deben tener las mismas habilidades, dones y cualidades.

Nada más alejado de la realidad cuando pensamos que nuestros hijos deben ser igualmente listos y sacar las más altas calificaciones en la escuela, porque según nosotros tienen todos los elementos para ser los más sobresalientes de sus respectivas aulas, así que en ocasiones los obligamos y presionamos a tal grado que los asfixiamos con esa obsesión paterna y materna en el sentido de que deben ser los mejores, cuando los observamos y percibimos que se esfuerzan al máximo para complacernos, aunque tal vez no compartan esa idea.

"Deberías aprender a tu hermano(a); él (ella) sí saca buenas calificaciones". "¿Por qué no eres como tu hermano(a)?". Estas son algunas de las expresiones más comunes se escuchan en una cantidad importante de hogares donde, insisto, si bien el propósito es estimular a uno de los hijos o a una de las hijas para que también sean destacadas en la escuela, esa no es la mejor estrategia por lo que se deben buscar otros métodos, más efectivos, para lograr que alguno de los vástagos mejore en algún aspecto donde el otro ha sobresalido porque tiene más facilidad o inclinación hacia las distintas materias de la escuela.

Los padres deberíamos reflexionar en torno a que los hijos son diferentes entre sí, y que sería completamente injusto e inhumano que los forcemos a que todos ellos sean destacados en la escuela, aunque lo que sí es válido es que los motivemos sanamente a que ellos mismos se estimulen a superarse pero sin presión, de tal manera que ese proceso se genere de forma espontánea, sin buscar que ocurra sólo porque nosotros lo deseamos para satisfacer nuestro anhelo de que nuestros vástagos sean los más sobresalientes de sus respectivas aulas escolares.

En lugar de buscar esa igualdad, debemos respetar sus diferencias y aceptar que esas características que los hacen distintos entre sí tienen su razón de ser, por lo que no debemos obligarlos a que tengan el mismo nivel de aprendizaje.

Lo que sí podemos hacer es apoyarlos en su desarrollo, ofrecerles todos los elementos que les permitan alcanzar su nivel de aprovechamiento académico con base en sus aptitudes y destrezas, de tal forma que ellos mismos se fijen sus metas sin buscar competir con algún hermano o hermana, sino que su propio rival sean ellos mismos.

Créame, amable lector, que el respeto a sus diferencias y el impulso a sus cualidades es la fórmula que arroja resultados positivos, porque así lo hemos constatado algunos padres al observar que los hijos pueden alcanzar su máximo nivel sin obligarlos ni presionarlos con la comparación entre sus logros.

Escrito en: Padres e hijos hijos, mismos, padres, deben

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