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Octavio Paz entre los altos árboles de su poesía

LETRAS DURANGUEÑAS

Octavio Paz entre los altos árboles de su poesía

Octavio Paz entre los altos árboles de su poesía

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

La lectura mantiene viva la escritura, racimo de signos que alcanzan su verdadera dimensión a través de la mirada recreativa que los sostiene en un activo y siempre presente. En marzo se conmemoró un aniversario más del nacimiento del escritor Octavio Paz, y en abril se recordará asimismo la fecha de partida –qué corta es la existencia humana, qué larga es la noche definitiva- de quien fura uno de los poetas más emblemáticos del siglo XX. Las hojas de sus libros siguen frescas y radiantes, para usar la frase hecha y en este caso más vigente que nunca. Y si de hojas hablamos vale entonces recordar algunos de sus textos en donde alude a la figura del árbol, versos escogidos casi al azar y sin ningún orden cronológico.

Empiezo, por lo mismo, con el pequeño escrito (uno de mis favoritos) que abre una de las secciones de su Obra poética, renglones correspondientes a su última etapa literaria. Se trata de “Árbol que habla” y dice:

“Este libro tiene la forma de un árbol de cinco ramas. Sus raíces son metales y sus hojas son sílabas. La primera rama se orienta hacia el tiempo y busca la perfección del instante. La segunda habla con los otros árboles, sus prójimos –lejanos. La tercera se contempla y no se ve: la muerte es transparente. La cuarta es una conversación con imágenes pintadas, bosque de vivientes pilares. La quinta se inclina sobre un manantial y aprende las palabras del comienzo.”

Bella manera de trazar la estructura de un poemario: el libro como vertedor de vida, con algunos ecos de las piezas que lo componen (“Árbol adentro”, “Fábula de Joan Miró”, etc.). Y ya que lo nombramos, traigamos entonces la esa pieza maravillosa que sintetiza lo que tan propio es de nosotros, la capacidad cerebral que se conmueve ante la voz asistencial del otro -el amigo, la madre, la novia-, en cuyas resonancias nos descubrimos: “Creció en mi frente un árbol./ Creció hacia dentro./ Sus raíces son venas, / nervios sus ramas, / sus confusos follajes pensamientos./ Tus miradas lo encienden/ y sus frutos de sombras/ son naranjas de sangre, / son granadas de lumbre./ Amanece/ en la noche del cuerpo./ Allá adentro, en mi frente, / el árbol habla./ Acércate, ¿lo oyes?”

A propósito, hay quienes se preguntan, ociosamente, creo yo, que cuál será el mejor Paz. ¿El primero, el de Raíz del hombre? ¿El intermedio, cuando dio a la estampa el memorable “Piedra de sol”? ¿0 el final, el que fue madurando a partir de Ladera este para llegar al ya citado Árbol adentro? Eso sin contar otras etapas en su producción (los especialistas en nuestro premio Nobel como Anthony Stanton señalan cinco estaciones en su trayectoria). Subrayo que es una cuestión innecesaria. ¿Por qué no puede compartir nuestro gusto lo mismo “Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón” que la espléndida “Carta de creencia”, pasando por “Nocturno de San Ildefonso”? Si en uno de los poemas la entonación nos sitúa de pronto en la esencia y particularidad de la misma tierra, de cara al destino de los ideales y la lucha diaria, o en otro nos entrelazamos con el camino recorrido, para arribar a la interioridad del sentimiento en comunión con el lugar universal, donde todos somos uno. De acuerdo a la lógica del poeta mexicano, podríamos enfatizar que Paz es plural y a la vez es una expresión individual. Sigamos en su bosque.

Entre sus escritos también destaca, por el número de inclusiones y alusiones, el texto que lleva por título el de “Niña”. La entrada es otra especie de defensa de la poesía -¿la primordial? La palabra como energía plenipotenciaria del mundo, al inicio con la presencia que nos ocupa en este artículo: “Nombras el árbol, niña./ Y el árbol crece, sin moverse, / alto deslumbramiento, / hasta volvernos verde la mirada.”

Sin embargo, el árbol más reconocido de Octavio Paz es el que nos recibe en el célebre y ya referido “Piedra de sol”, sin duda una de las cumbres poéticas de la lengua castellana. El escrito toma su vuelo, así, con minúscula: “un sauce de cristal, un chopo de agua, /un alto surtidor que el viento arquea, / un árbol bien plantado mas danzante, / avanza, retrocede, da un rodeo/ y llega siempre:” Texto circular, es el comienzo y final del poema de largo aliento, mientras el escritor recorre su vida amorosa –y otra vez: la universal-, atravesando la densidad de las sombras, para redescubrir gradualmente la luz que vivifica. Atrás han quedado las cenizas del tiempo. Hoy el sol vuelve a ser.

La obra del maestro está sembrada de árboles, como lo asienta esta breve muestra. Paisajes, semillas, hojas, son complementos de su inclinación hacia la naturaleza, donde por supuesto es notable la aparición del cuerpo de la mujer. El árbol milenario llamó Manuel Ulacia a su excelente e ilustrativo recorrido por la obra de Octavio Paz (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1999), y Elena Poniatowska, siempre emotiva, fue más lejos. Vio al propio poeta como una encarnación arbórea. Llamó siginificativamente a su libro Octavio Paz. Las palabras del árbol (Plaza Janés, México, 1998), ameno volumen que termina con un dibujo de nuestro escritor mediante las líneas ya marcadas en estas páginas: “Hombre. Árbol de imágenes. ¿Y si no fueras sino un árbol que hablara? ¿Y si fueras un fresno? Si todo lo que dices no fueran sino verdes exclamaciones del viento entre las ramas? ¿Un árbol con envoltura humana, un árbol que camina entre nosotros?¿Un árbol que levanta sus ramas entre el cielo y la tierra y queda así ofrendado, la copa hacia arriba hasta que se seque y vuelva a caer sobre la tierra, a fertilizarla con sus hojas muertas, dejarse digerir, a convertirse en abono, en humus para de nuevo surgir y volver a crecer y emprender el vuelo.”

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS árbol, Octavio, hojas, hacia

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