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Leer en hojas de espinacas

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Leer en hojas de espinacas

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Saúl Rosales

El sol, la luna y el campesino saben cómo es el aspecto de las hortalizas cuyo verdor va creciendo, seguramente desdibujando los surcos, refrescando la atmósfera y sahumándola con su fragancia vegetal.

A finales de febrero pasado, semanas antes del comienzo de ese segmento del tiempo llamado primavera, en los exhibidores de verduras del súper, asombrando con su tamaño, esperaban al consumidor hojas de espinacas que medirían 25 centímetros de largo, con su tallo de longitud poco mayor. Parecían palmas de palmeras suaves.

La abundancia que se podía leer en aquella munificencia de la naturaleza resaltaba con el precio: $5.90 el manojo. El paso leve del invierno, el agua suficiente y la alegría fecundante del sol, supongo, habían respondido con esplendidez al trabajo humano en sitios ignotos que para uno, consumidor final, podían seguir siendo ignorados.

Las hermosas hojas de espinacas cuyo destino podía ser satisfacer el gusto de vidas esplendorosas como ingrediente, por ejemplo, de la lasaña; o, por el contrario, crudas, con toda su potencia vegetal, ayudar a salir de la atonía a algún cuerpo víctima de la edad penosa, no podían dejar de alegrar la búsqueda del comprador que se había deslizado hasta ellas por los pasillos de geometría mercantil del súper.

El sol, la luna y el campesino saben cómo es el aspecto de las hortalizas cuyo verdor va creciendo, seguramente desdibujando los surcos, refrescando la atmósfera y sahumándola con su fragancia vegetal; los civilizados pobladores de la urbe nos conformamos con alegrarnos ante el asombro de su tamaño desmesurado y el precio de mercancía en abundancia.

Así como no nos imaginamos a las plantas desarrollándose día y noche en vastedades agrarias o dentro de tecnificados invernaderos, tampoco nos imaginamos cómo es que el generoso manojo valga menos de seis pesos después de la remuneración a los cultivadores, pagar costos del trasiego ejecutado por los introductores que las llevan al súper y las ganancias para éste, orondo distribuidor final.

Uno no puede leer en las hojas de espinacas desarrolladas hasta el asombro ni el bucolismo de su verdor resplandeciendo al sol o colmándose de nutrientes bajo la noche mientras exhala frescura y aroma de naturaleza que se potencia, ni puede leer la fuerza del trabajo humano, suma de sabiduría rural acumulada y lucha por dar sobrevivencia cotidiana a la hortaliza.

De igual modo, no puede uno, como consumidor concentrado en la inmediatez de sus satisfactores, leer ni el trabajo humano ni el trabajo de la tierra, el agua y el sol en las demás mercancías vegetales a la vista en su presentación natural, como no lo hace ante la perfección de los empaques de los productos industrializados ni en los productos industrializados mismos.

El asombro ante las hojotas de espinacas ya lo había sentido antes, al mirar los mangos petacones, las acelgas frondosas y los chiles morrones, aunque no se me había ocurrido escribir al respecto. Con la edad el cuerpo reclama ser más alimentado con vegetales que con proteínas animales, pero sigo creyendo en el Engels de El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, donde propone que la ingesta de carne favoreció el desarrollo fisiológico del cerebro y con ello la capacidad de pensar.

El templo del consumismo de productos más bien inmediatos que es el súper –porque existen esos otros inmensos templos de gran calado que son los malls– también acerca a la posibilidad de reflexiones como esta que partió de leer algo de la vida en el tamaño de las hojas de espinacas (nombre que viene del árabe y más remotamente del persa, dice el diccionario).

Quiero concluir con la idea de que las hojas de espinacas no dejan leer, pero pueden dejar leer, el hambre de más de la mitad de la población mexicana, aunque con su ingesta las hojas gigantes o de tamaño normal, crudas, alivien la atonía de aquella víctima de la edad o se deslicen como caricia en el paladar sibarita que las disfrute en la lasaña.

Escrito en: hojas, espinacas, trabajo, leer

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