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Como árboles plantados a la orilla de un río que dan el fruto a su tiempo

LETRAS DURANGUEÑAS

Como árboles plantados a la orilla de un río que dan el fruto a su tiempo

Como árboles plantados a la orilla de un río que dan el fruto a su tiempo

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Supongo que se me hace partícipe de esta ceremonia especial, en mi calidad de testigo de una extraordinaria experiencia educativa, esto como director de la Biblioteca Central Pública del Estado, el lugar sede de las sesiones de aprendizaje del grupo de estudiantes adultos.

Permítaseme, entonces, una breve reflexión al motivo que hoy nos reúne.

Son muchas las circunstancias por las que una persona no pudo en “su tiempo” continuar sus estudios escolarizados: falta de recursos económicos, problemas familiares, un accidente o una larga enfermedad, o en el mejor de los casos porque encontraron una buena oportunidad de trabajo o se decidieron por aceptar una relación amorosa… y formaron una familia. Pasa el tiempo. Como la mayoría van sacando adelante sus labores, atienden a sus hijos. Poco a poco se van olvidando de las aulas, como cuando se desata lentamente una barca de la orilla.

¿Y por qué no decirlo? No les falta el ninguneo social, o hasta el menosprecio, la incomprensión de algunos. Si no estudiaste, no eres nadie. Para los injustos eres un derrotado, casi un minusválido mental. Aunque tus actos digan todo lo contrario. Eres estimado y valorado en tu trabajo, llegas a ser jefe de área, contribuyes perfectamente al desarrollo de tu comunidad. Incluso, en la casa, hasta se ve como “normal” que el padre o la madre no hayan avanzado de grado. Antes todo era más difícil, se dicen. Si no había para comer ¿habría para las inscripciones, los libros, o los camiones? Hay algo como de resignación, como de tristeza en el corazón. Aceptémoslo, así ocurre, en no pocos casos. Yo ya iba para maestra, pero me embaracé y me casé. ¿Y preferirías tener un cuadro colgado de la pared, a tu esposo y a tus hijos? Claro que no. Esa no es la cuestión. Palabras como las anteriores son cotidianas.

Y un buen día, las cosas van tomando otro color. Oyen de convenios sindicales con instituciones culturales y educativas. Y ha sido tanta la inercia que los mantenía en otro lugar, que no les cae el veinte, como se decía antes. ¿Volver a estudiar? ¿Terminar la prepa? Eso es para los hijos. Uno ya de grande no aprende igual. No gracias, así estoy bien.

Pero algo comienza a suceder dentro de ustedes. Allá muy adentro recuerdan aquel profesor que les decía: Usted dibuja bien, no cabe duda que las matemáticas será lo suyo, va para química que vuela. Hasta la tarea de álgebra le hacías a tu compañera, por más señas tu novia imaginaria. Lo podías hacer. Va despertando, pues, alguien que fuiste, y que por ahí se quedó esperando otra oportunidad.

Ahora ya estás en clase. Recuperas gradualmente las viejas lecciones. Y sientes como un nuevo ánimo casi adolescente. Preguntan a los instructores, tomas apuntes, otra vez la libreta y la pluma. Y ahora con la ayuda de San Google, como ya se le conoce. Regresa aquel que se había quedado a la espera. Todos merecemos esa segunda oportunidad.

Déjenme confirmarles, finalmente, que mis compañeros bibliotecarios que han cursado su bachillerato bajo este esquema, desde hace cuatro, cinco meses tienen otro semblante. De verdad. Traen una energía diferente. Se sienten más emprendedores, más capaces, más inteligentes, más creativos, porque se han demostrado a sí mismos que tienen más cualidades intelectuales y fuerzas positivas de lo que ellos mismos creían.

Y mientras van aprobando sus materias, frente a ellos se van configurando palabras que ellos sentían como de otro planeta, o solamente les correspondía o lo merecían solamente el hijo o a la sobrina: psicóloga, abogado, licenciada en administración, arquitecto... ¿Y por qué no? Otra vez es mi turno, se repiten, pero ahora con mayor seguridad, con una recuperada confianza en todas sus capacidades.

Algo fundamental ha sucedido. Dieron un salto no mortal, sino lleno de vida, con lo mejor que fueron ahorrando a lo largo de su vida: su fortaleza espiritual. Concluyo citando al libro de libros, con uno de mis Salmos preferidos, el primero, porque creo que retrata muy bien a cada uno de ustedes:

El buen hombre siempre será como un árbol plantado a la orilla de un río, que da el fruto a su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará.

Muchas gracias y muchas felicidades. (Mensaje pronunciado el pasado 28 de abril, en ocasión de la ceremonia de graduación de los trabajadores bibliotecarios, y otros igualmente ejemplares, que estudiaron recientemente su bachillerato en el Centro Académico Ámbar).

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS otro, aquel, solamente, mismos

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