Me habría gustado conocer a este señor a quien todos en su familia llamaban tío Alberto.
Tenía un sobrino, niño de corta edad que con frecuencia iba a su casa. Era travieso el niño -la obligación de los niños es ésa: ser traviesos-, y un día hizo una travesura que irritó grandemente a la esposa del tío Alberto. Le ordenó la severa mujer a su marido:
-Lleva a este niño malo a tu despacho y pégale con el cinturón, a ver si así aprende a portarse bien.
El tío Alberto llevó a su pequeño sobrino al despacho; se quitó el cinturón y le pegó. al sillón. Luego llevó al chiquillo de regreso con su tía. Le dijo a la señora:
-Ya usé mi cinto. Seguramente Andresito aprendió la lección.
-Y la aprendí -narró muchos años después en su autobiografía Andrés Segovia, el gran guitarrista español-. Aprendí que la mejor lección es la que se imparte con amor.
Me habría gustado conocer al tío Alberto. Sabía que el amor perdona todas las travesuras.
¡Hasta mañana!...