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James Joyce y Marilyn Monroe, a propósito del futbol

LETRAS DURANGUEÑAS

James Joyce y Marilyn Monroe, a propósito del futbol

James Joyce y Marilyn Monroe, a propósito del futbol

SHAMIR NAZER

Cuentan las malas lenguas que Norma Jeane Mortenson —además de haber sostenido en vida, uno de los affaires más cuchicheados durante al menos medio siglo con un tal John Fitzgerald Kennedy, y a pesar de ser un ícono pop de inagotable fama, símbolo sexual absoluto, y rubia— ostentaba pasiones literarias muy arraigadas. En contraste de todo lo que sabemos de Marilyn Monroe, aparecen sus escritos, que la denotan como una persona con lo que pareciera un genuino amor por los libros, y aunque de día se hallaba posando para la cámara, o cantando Diamonds are the girl’s best friend en las películas, por las noches tomaba clases de literatura en la UCLA. Esta rubia legendaria dejó material para al menos editar un libro de poemas y pensamientos.

Pero, como el título sugiere, este no es un artículo sobre los poemas de Marilyn Monroe, sino de uno de los libros legendarios —tanto como ella— que figuraban en su acervo de más de cuatrocientos títulos: El Ulises.

Tres veces he emprendido la lectura de este belicoso libro, y las tres veces me ha derrotado. Sin embargo, no toda la responsabilidad de mis fracasos recae en la intrincada estructura del libro; todo se debe, más bien, a que me he impuesto propósitos irrealizables a la hora de leerlo: cómo hacerlo en una fatigante versión PDF, o en una fatigante versión en inglés en PDF; en ambos casos no he llegado más allá del quinto capítulo (Lotófagos). Lo anterior sin mencionar que, por entonces, mis ocupaciones académicas apenas si me dejaban lucidez y tiempo para asimilarlo como se debe.

Hace aproximadamente un año, entraba entusiasmado en la librería universitaria en busca del susodicho libro. Desde luego lo encontré. Lo compré en una edición de Grupo Editorial Tomo. Eso es todo lo que puedo decir al respecto. (Aún sigo lanzando miradas a los estantes de las librerías por si acaso me encuentro con una edición decente).

Ya bastante atención demanda el famoso libro de James Joyce, como para que encima pretendamos leerlo en condiciones precarias o incómodas y sin tiempo…

…tiempo…: el Ulises es un libro que requiere mucho de esta última palabra; tiempo para desprendernos de los paradigmas de la narrativa convencional; tiempo para tomar cada pieza de retórica, examinarla con cuidado, y armar el rompecabezas mental con placer y algo de paciencia; tiempo para comprender que leer el Ulises, es olvidar que somos adultos y regresar un poco a la inocencia, para reconocer en el tetereteo y la onomatopeya, los recursos fundamentales de una escritura que en primeras instancias, nos parecería ingenua. Pero la pluma de Joyce, de ingenua, no tiene un ápice.

Hay que ver que lejos de ser un simple escritor naif de su tiempo, James Joyce asumió el papel que deben asumir algunos artistas a cada tanto: el de ser anarquista. En este caso, Joyce, se fue convirtiendo en un anarquista del lenguaje a la vez que en crítico inenarrable de su patria: Irlanda. [Hay que reconocer también, que quizá una parte de su anarquía lingüística se deba a que escribía beodo regularmente, pero sea como sea, todo forma parte de este feliz resultado que nos legó como obra].

Entre mis lecturas de camión y de sala de espera de Dublineses, y actualmente de Retrato de un artista adolescente, distingo a un Joyce entrópico, a un Joyce que se expande a través del tiempo y de sus obras. En cada libro, este renegado irlandés de lentes redondeados, nos va impartiendo nuevas lecciones de cómo ganar complejidad sin perder un gramo de genio.

La obra de James Joyce — y la de muchos otros autores, aunque no tan marcadamente— es un registro paulatino de su ejercicio crítico de las letras en el tiempo. Asimismo, el orden en que esta fue apareciendo, nos marca una guía de lectura tentativa que debiéramos seguir, empezando por Dublineses…, Retrato de un artista adolescente, Ulises, y finalmente, el impenetrable Finnegans Wake. Innumerables artículos nos llevaría hablar de cada uno de ellos a detalle.

Pese a que la obra de Joyce, en conjunto, puede parecer breve —además de estos cuatro libros, tiene dos más de poemas, una obra de teatro y uno póstumo—, en realidad es muy extensa, ya que son lecturas imantadas a las que uno regresa sin darse cuenta. El mismo autor dijo alguna vez que lo que demandaba de sus lectores, era que le dedicaran toda la vida a sus libros.

Muchos consideran que leer el Ulises otorga el título de lectores avezados automáticamente, pero no hay cosa más falsa; los marisabidillos quieren leerlo sólo para ‘tener el derecho’ de mencionarlo en las tertulias y proclamarse ‘persona inteligente’ a la primera inoportunidad. Sin embargo, el Ulises —con todo y las lecturas precedentes que requiere— es apenas el comienzo.

A pesar de no haber concluido ninguno de mis intentos por leer tan célebre libro —cosa que Marilyn Monroe ciertamente sí logró—, no puedo evitar sentir una especial fascinación por la historia de Leopold Bloom, y por el hecho cifrado de su ocurrencia. Hoy es un día inmejorable para hablar sobre este libro. ¿Por qué?, por una sencilla razón que a continuación haré complicada:

1) Esta gruesa novela transcurre durante un solo día, en 1904, y su argumento es el más sencillo del mundo: el recorrido que realiza Leopold Bloom a lo largo del Dublín de entonces, entablando sutiles paralelismos con la peregrinación marítima de más de diez años de Ulises en La Odisea. De aquí el nombre.

2) El Ulises es un inusitado homenaje de amor, por lo siguiente: Nora Bernacle fue la esposa de James Joyce hasta que este falleciera en 1941, a los 58 años. La historia que escribieron como matrimonio, no fue muy distinta de la historia que escriben los matrimonios con graves carencias económicas: estuvo llena de peleas, escaseces e infortunios. No obstante, a pesar de lo tortuosa que pudo haber sido la vida de los Joyce, todo ya pasó, las amarguras quedaron barridas por la brizna de los días, y un detalle rescata a esta pareja con el diáfano esplendor de la primera cita. Hace 110 años, un par de jóvenes llamados James y Nora, celebraban su primera cita un 16 de junio. La fecha exacta en que transcurre la novela.

Cuenta la anécdota que al término de la cita, a Joyce (locuaz y siemprevivo), ya de regreso a casa, se le ocurrió piropear a una mujer que iba acompañada de sendo militar, que no tardó en mandarlo al piso de un porrazo por insolente... Algo hubo en ese golpe, además del germen de la novela…, de esta manera, Joyce, se daba cuenta de que su hado era vivir a latere de Nora por siempre.

(El 16 de junio es conocido en Irlanda y en muchas otras partes del mundo como el fabuloso Bloomsday. Cada año, los fanáticos del Ulises celebran desayunando lo que Leopold Bloom en la novela y efectuando demás rituales afines).

Quizá pueda pensarse lo contrario: que el Ulises es la representación de un recuerdo nefasto, donde comenzaron los males; pero yo no lo creo así: el 16 de junio de 1904, Nora y James se amaban con inocencia: el Ulises es la resina que escurrió del árbol capturando a estos enamorados en un mundo imperturbable de letras…; mientras Leopold Bloom discurre las inopinadas calles del Dublín de la novela, James y Nora se reúnen por primera vez en otra parte; Nora y James vuelven a encontrarse cada vez que alguien abre el Ulises y lee. Hoy es 16 de junio y este artículo es mi manera de celebrar el Bloomsday.

…y eso es todo lo que tengo que decir del fútbol por ahora.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS James, Ulises, Joyce, Joyce,

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