Kiosko

Ensalada para tiempos de lluvias

LETRAS DURANGUEÑAS

Ensalada para tiempos de lluvias

Ensalada para tiempos de lluvias

JOSÉ ANDRÉS ESTRADA REYES

—Oye Carmelo, ¿qué te pareció la ensalada de pollo que nos dieron en la comida?. El pícaro brillo de los ojos de Juan, anticipa la ocurrencia de última hora.

—Pos se me hizo buena, de verás que sí me gustó, Juan, ¿por qué?

—Yo nomás digo, Carmelo, acuérdate del rayo de ayer…

Carmelo esperaba una respuesta, pero su compañero de grupo contestó de manera ambigua, dejando una espinita en la mente de Carmelo: «Qué se traerá éste entre manos… yo lo conozco bien y sé que algo quiere decirme».

El verano apenas empezaba, pero el chubasco del día anterior se presentó con impresionantes rayos, seguidos de potentes truenos, semejantes a rugidos de fieras gigantescas. La furia de la naturaleza se desbordó en aquel girón de tierra duranguense. Ese día, los estudiantes del internado para varones, lentamente salíamos del comedor, observando los negros nubarrones que amenazaban lluvia.

Con deleite dábamos cuenta del postre y del agua fresca que aún quedaba en nuestros vasos. En pequeños grupos o en parejas íbamos camino al dormitorio, comentando las incidencias de la escuela, riéndonos por los chascarrillos o bromas de los amigos; realmente eran pocos los muchachos solitarios y callados, ensimismados en sus propios pensamientos.

En el dormitorio escuchamos radio, otros jugaban a la baraja, al ajedrez, revisaban notas, leían una novela de vaqueros o preparaban sus útiles para la clase de las tres de la tarde; sin preocuparnos mucho, esperamos la hora de salir a hacer aseo en el área asignada; de pronto, un intenso relámpago, seguido de un estruendoso trueno rompió la quietud de aquella tarde.

En ese momento, en el pórtico de la escuela se encontraban compañeros y compañeras de primero año, que contemplaban la intensa lluvia de los últimos días del mes. Frente a la entrada del edificio central, cruzando la extensa explanada se erguían suntuosos los añejos eucaliptos, custodiando el pasillo de salida a la carretera Francisco Zarco.

En aquellos árboles, frondosos y hospitalarios tenían sus nidos parvadas de chalacas, cuervos, auras, zopilotes… Ese día, apresurados buscaron refugio, su instinto animal les indica que se avecina una fuerte tormenta, y sólo la protección de sus hogares los mantendría a salvo de cualquier amenaza; sin embargo, esta ocasión sería diferente.

Sembrando la muerte, un rayo destructor descargó su furia; de inmediato cayeron al suelo decenas o tal vez cientos de aves que ahí tenían su protección; la lluvia continuó, cada vez con menos intensidad, rayos y truenos se espaciaron, mientras el suelo quedó cubierto por los cuerpos inertes, que a pesar de guarecerse no escaparon a su destino.

—Oye Juan, con lo que sucedió ayer ya tenemos qué contar cuando lleguemos a la casa; casi aseguro que mis jefecitos no me van a creer; porque dicen que soy mentiroso; pos…, que invento cosas.

—¡Figúrate!, menos van a creernos cuando les digamos que al día siguiente nos dieron ensalada de…

—No la friegues Juan, ¿se podrá hacer ensalada de cuervo-pollo?

La respuesta de Juan no llegó, solamente una risa estruendosa se dejó escuchar, pero un rato después toda la comunidad escolar comenta la noticia: ¡Hoy nos dieron de comer ensalada de cuervo!

A cuarenta y tantos años de distancia, queda la inquietud y la duda… ¿Realmente los alumnos de aquel tiempo comimos ensalada de cuervo…? Aunque por la cantidad de aves caídas, bien habría alcanzado para que a cada estudiante nos hubiera tocado un rico cuervo rostizado y no sólo un plato de ensalada.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS ensalada, Juan,, dieron, lluvia

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas