Siglo Nuevo

Mónica Castellanos

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Iván Hernández

Hay figuras que se posesionan de mente y alma de quien las descubre. Un fenómeno por ese estilo se registró cuando la escritora regiomontana Mónica Castellanos supo de la existencia de Gilberto Bosques.

El diplomático mexicano nació en Puebla en 1892 y falleció en la capital del país a unos días de cumplir 103 años de edad. En notas de prensa de corte internacional hay un par de titulares en los que es denominado el Schindler mexicano.

Vale decir que el empresario Oskar Schindler salvó la vida a cerca de 1 mil 200 judíos en los días de la “solución final” del régimen nazi. Bosques Saldívar, cónsul de México en Francia, sacó de Europa a cerca de 25 mil víctimas de conflictos bélicos.

La novelista regia se encuentra promocionando Aquellas horas que nos robaron, libro en el que reconstruye y obsequia al lector una biografía del ilustre diplomático y de varias historias que se entrecruzaron con la suya en aquellos días de un Viejo Continente convulsionado por las bombas.

Su obsesión con la figura de quien fuera estudiante normalista y revolucionario tiene una explicación vital. Por más de 25 años, Mónica Castellanos colaboró con diversas asociaciones que llevan a cabo acciones para ayudar a la gente a superarse y de ese modo mejorar sus condiciones de vida.

Estar mucho en contacto con la cuestión social, auxiliar a quienes le pidan ayuda para alguna causa, eso es lo que interesa, además de la literatura, a la autora de Canasta de comadres.

¿Cómo nace ésta obra?

Estaba reuniendo material para un proyecto que todavía tengo en el escritorio sobre la Segunda Guerra Mundial cuando de casualidad me encontré con un artículo que mencionaba un homenaje a un mexicano en Austria. Le pusieron su nombre a una calle. Me pregunté: “¿Quién es éste mexicano del que no he oído nada y que recibe homenaje en el extranjero?” Investigué al respecto y así me enteré de que había sido diplomático, que le había tocado estar en Europa al final de la guerra civil española y durante la Segunda Guerra, que había salvado a mucha gente, sobre todo del exilio español, los que huyeron por causa de (Francisco) Franco. 300 mil personas llegaron a Francia, allí estaban en condiciones muy terribles y Gilberto los auxilió. Al enterarme de esto la historia comenzó a rondarme hasta que pude dar con el teléfono de su nieto, me puse en contacto con él, le platiqué de mi interés por escribir sobre su abuelo. “No sé si pueda hablar con tu padre”, le dije, y él me respondió: “Mi papá ya falleció, pero mi tía vive en (la Ciudad de) México, quizá pueda acceder, te voy a poner en contacto con ella”. Me fui a la capital, estuve allá unos días y platique con Laura, en aquel entonces tenía 89 años de edad, tuve la oportunidad de convivir con ella, una mujer muy lúdica. Esto me permitió conocer a Gilberto desde el interior de su hogar, saber quién era como hombre, como padre de familia, como marido. Luego me fui al Archivo General Genaro Estrada de la Secretaría de Relaciones Exteriores a documentarme más sobre la parte diplomática. Leí a autores que habían escrito sobre partes de su vida. Encontré fragmentos, no había un documento, una biografía, algo que fuera toda su vida. Armé el rompecabezas y empecé a trabajar en la novela.

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Foto: Cortesía Mónica Castellanos

Entonces, ¿desde su concepción fue un relato fragmentario?

Cuando ya tuve el mapa de lo que Gilberto había hecho y me di cuenta de la dimensión, tan grande, de su labor como cónsul, pensé que si narraba nada más la versión de él, la novela se iba a quedar corta. Me interesaba que el lector tuviera claro el alcance de lo que hizo. Comencé a documentar cómo habían sido los campos de internamiento. Él llegó a Francia, visitó esos campos. Inmediatamente le reportó a Lázaro Cárdenas lo que vio, una descripción terrible, y la respuesta del presidente fue: “Haz lo que tengas que hacer”.

En el libro también están las historias de los niños, como la de Mina, que pierde a sus padres en los bombardeos a Cataluña, que fueron mera práctica para los nazis.

De esos elementos surgió esta narración en fragmentos. También tenía que abordar la parte de los judios, aunque no fue mucho lo que hizo por ellos. De ahí provienen la voz de Pierre, el hijo de Anna Seghers, y la de Bruno Schwebel, historias reales que se combinan con la ficción.

¿Prefieres trabajar con la ficción o con un hecho histórico?

Cuando era niña me chocaban las clases de historia, aquello de tener, por un lado, tu columna de fechas y, por el otro, tu columna de acontecimientos, junta las dos y aprende de memoria una serie de datos y personajes. No entendías nada. Me empezaron a disgustar las clases de historia. Cuando llegué a la adolescencia y comencé a leer novelas me encontré con unas obras de Taylor Caldwell y me encantaron. Conocí a Cicerón y la vida de san Pablo, llegué a diferentes historias a través de la novela y me dije: “Eso es lo que a mí más me gusta”. Cuando llego a una librería y empiezo a ver y a ver, las novelas históricas me jalan.

¿Qué virtud de Gilberto Bosques le hace falta al México actual?

La integridad. Y la generosidad. Era un hombre de principios y convicciones muy firmes. Desde muy chico su mamá (María de la Paz Saldívar) influyó mucho en él, en forjar a ese hombre que llegó a esa Europa tan convulsa, por eso inicio el relato desde que él nace. También fue importante la influencia de su padre, pero ella le enseñó a ver siempre por los demás. La novela yo la termino cuando regresa de Alemania, pero esa vocación de salvar personas, entregarse, servir a los demás, persiste en su labor diplomática, cuando está en Portugal y luego en Cuba, de manera muy muy fuerte, primero con (Fulgencio) Batista y luego con (Fidel) Castro. Pienso que todo lo anterior fue una preparación, su juventud y primera madurez, para los días que pasa en Francia, ese momento justo donde su vocación de servir a los demás se manifiesta.

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Foto: Cortesía Mónica Castellanos

¿A qué atribuyes que sea tan desconocido en México?

Considero que hay dos factores importantes. En primer lugar, fue una persona muy longeva y no le gustaba aceptar ni homenajes ni honores ni méritos. Él decía que simplemente había cumplido con su deber, que era a México al que se debía el reconocimiento. En parte tenía razón porque, como diplomático, pertenecía a un servicio exterior, pero también es cierto que fue mucho más allá de lo que el deber exigía. Como cónsul tu deber es firmar visas, no abocarte a la tarea de andar sacando gente de los campos de internamiento. Además de tramitar sus pasajes para que se pudieran venir a México hizo muchas cosas más que excedían con holgura sus funciones consulares.

El otro factor es que, cuando estaba Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) en el poder, Gilberto dijo que no iba a servir con esa terrible persona. Ahora, él realmente nunca se afilió al PRI, decía que la revolución no se podía institucionalizar y que él iba a estar en contra de esa bola de... malos políticos, por no decirles de otra manera. Entonces, Gilberto se separó de la vida política, por eso no hay ese reconocimiento hasta años posteriores, cuando ya no está el grupo que dominaba la escena política, el país, la historia. Dominaban todo.

La suya es una historia que ahorita estamos rescatando, que se rescata con esta novela y que tiene un valor actual porque las virtudes de Gilberto Bosques están muy ausentes en lo políticos de hoy.

¿Elegir hacer lo correcto no se da mucho en la actualidad?

Es la integridad, él se iba por ese lado, por tratar de hacer el bien. Una cosa que recuerda mucho su hija Laura era que él no se dejaba amedrentar por el miedo. Él decía “el miedo frena la acción, te paraliza, no podemos tener miedo”. Imagina a esa familia que llega a Europa: Gilberto Bosques va con la ilusión de estudiar el modelo educativo francés, por eso prefirió irse como cónsul y no como ministro plenipotenciario que era lo que le ofrecía Lázaro Cárdenas. Quiere estudiar el sistema educacional y traerlo a México, esa es su intención original pero, cuando llega y ve como están las cosas, ese deseo se queda ahí en el cajón y él empieza a reaccionar como corresponde a lo que exige la situación. Su familia igual: imagina a Laurita, su hija mayor, que llega a París con 14 años de edad, con esa emoción de estar en París, de pisar suelo europeo y que al poquito tiempo lleguen los nazis y entren en la ciudad y la tomen. Tuvieron que moverse a Marsella. Fueron situaciones muy difíciles que vivieron como familia. Gilberto les inculcó esa integridad a sus hijos. Muchos diplomáticos y sus familias regresaron a sus lugares de origen cuando vieron que la Segunda Guerra Mundial ya estallaba. Ellos no, ellos se quedan con él. Cuando los nazis, la Gestapo, los arresta, se los llevan a todos.

¿Cómo fue su cautivero en manos de los nazis?

No estaban en un campo de concentración sino en un hotel que Hitler visitaba con regularidad, aunque no en el tiempo que ellos estuvieron ahí. Las condiciones fueron muy difíciles, estaban muy mal alimentados, bajo la mirada de guardias todo el tiempo, aislados, sin poder salir del hotel, cansados, fastidiados. Esto afectó especialmente a los jóvenes, eso es algo que me comentó Laurita, se empezaron a deprimir por todo este encierro.

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Foto: Cortesía Mónica Castellanos

¿Es la resiliencia otra protagonista de tu obra?

Definitivamente. Eso lo vemos en los chicos, en Guillermina y Francesc, también lo vemos en Laura y en Teté y en Gilberto chico. Ellos, por su juventud, son más vulnerables. Eventualmente tienen esa capacidad de rehacerse, de ver hacia adelante y no quedarse en el pasado.

¿En el México actual es posible la resiliencia ante la violencia?

El mexicano tiene la capacidad de reírse de sí mismo. La vemos en los memes, por ejemplo, y en más cosas que van saliendo. También poseemos la capacidad para adaptarnos a las circunstancias.

México ha sufrido muchísimo, varias generaciones se han visto afectadas por los malos gobiernos que hemos tenido y, sin embargo, hemos subsistido, aquí estamos. Creo que hay mucha capacidad y mucho potencial para rehacernos. Hay una gran riqueza y a esto contribuye otro aspecto que se destaca en la novela: el valor humano de los exiliados, de la gente que llegó al país y se insertó en la UNAM, en el Colegio de México, en el Instituto Luis Vives, en el Ateneo Español de México. Muchas otras instituciones a lo largo de territorio nacional se beneficiaron con sus aportes y, en parte, han hecho del país lo que es hoy.

En ese exilio vinieron artistas, pintores, poetas, intelectuales, una gran riqueza humana. México también tiene una gran riqueza humana.

Lo que nos toca ahorita, lo que estamos viviendo, a mi modo de ver, es un momento coyuntural para definir qué es lo que vamos a hacer con la nueva perspectiva que se nos abre con el presidente electo (Andrés Manuel López Obrador), ver qué es lo que sucede, ver cómo responde con las promesas que hizo y qué va a hacer el pueblo respecto a si cumple o no.

México tiene prestigio internacional por salvar a refugiados, ¿cómo salvarnos a nosotros mismos?

Nuestro país se ha desarrollado y ha crecido en las últimas décadas. Nos falta mucho todavía. La brecha que tenemos es grande, con toda esa gente nuestra que se va a otros países, sobre todo al norte, ese es un fallo nuestro, es algo a lo que ya deberíamos estarle poniendo remedio. Vamos a ver si esas promesas que se hicieron y que se están haciendo ahorita, se cumplen o no, pero de que tenemos todo para hacerlo, tenemos todo.

El cineasta Rafael Lara prepara una película sobre Gilberto Bosques, ¿han tenido contacto?

No, no hemos tenido ningún contacto. Yo tengo mi proyecto cinematográfico, que está viendo mi agente. Quizá en algún momento tengamos un acercamiento con él. Mi agente ya lo está viendo. Es un tema que tenemos sobre la mesa porque el material de la novela definitivamente da para hacer una película o una serie de Netflix.

CONTACTO: @ivanhazbiz

Escrito en: Gilberto, mucho, México, Mónica

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