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SOBRE LA 'BANCARROTA' DE MÉXICO

En las campañas electorales, los políticos en México suelen hacer los diagnósticos más extremos y las promesas más estridentes, con el fin de atraer a la mayor cantidad de electores posible. La naturaleza de las campañas en este país, en donde no existen consecuencias a las mentiras que se vierten, así lo permite. Pero una vez que un candidato gana la elección, lo razonable es que el diagnóstico extremo que manejó durante su campaña se matice para acercarse a la realidad y que, en consecuencia, pueda desarrollar los planes más adecuados para enfrentar los problemas del país, estado o municipio que va a gobernar... a menos que sus fines sean otros.

Las recientes declaraciones del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, respecto a que México está en bancarrota, han generado gran controversia no sólo porque contradicen sus propios dichos de hace semanas, en los que aseguraba que el país no estaba en crisis y gozaba de estabilidad. La controversia viene sobre todo por la diferente visión que tienen importantes sectores del país respecto a la economía, como los empresarios, quienes aseguran que si bien México enfrenta problemas que deben resolver, su situación, por ahora no está en estado crítico o de quiebra. Consideran, incluso, que con su diagnóstico dramático el futuro mandatario está curándose en salud frente a posible incumplimiento de la alta expectativa que ha generado.

Si nos apegamos al plano estrictamente económico, es posible encontrar claroscuros en una breve observación: hay crecimiento del PIB, aunque no en el ritmo que se requiere; hay crecimiento del empleo, aunque no de la calidad deseable ni en la cantidad necesaria; la deuda pública ha crecido en los últimos dos sexenios, pero en el último año se ha contenido; la inflación ha subido, al igual que los precios de la gasolina, el gas y la electricidad, insumos todos de la industria; el peso se ha depreciado considerablemente frente al dólar y el déficit fiscal no ha logrado frenarse. Quizá el mayor lastre actualmente sea el abandono de la inversión en infraestructura en los últimos 12 años, lo cual ha frenado el crecimiento económico.

El panorama ciertamente no es para echar las campanas al vuelo, mucho menos, pero tampoco para asegurar que el país está en ruinas en el plano económico. Como lo afirmó en su momento el propio López Obrador, hay estabilidad macroeconómica, pero por supuesto que se deben hacer ajustes importantes y corregir aquello que no ha funcionado en los últimos 12 años. No obstante, en el plano sociopolítico, la situación sí es para preocuparse: una violencia creciente, una pobreza persistente y una corrupción rampante en muchas áreas. Si la bancarrota del país no es económica, tal vez podemos decir que es moral, un matiz que no ha hecho López Obrador: el Estado mexicano en su conjunto ha fallado en muchos sentidos en su respuesta a la población, sobre todo a la más vulnerable.

Es importante que el próximo presidente de la República asuma, desde ya, con responsabilidad sus diagnósticos y declaraciones, no sólo para evitar caer en contradicciones, sino, sobre todo, para concentrar los esfuerzos de su gobierno en aquello que urge atender con profundidad. Seguir dando declaraciones como si estuviera aún en campaña o sólo para motivar la polémica, no debe ser una opción. Debe recordar que eso es precisamente lo que tanto se le critica al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien ha abierto tantos frentes que hoy difícilmente puede abarcar.

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